Adaptaciones imposibles

Este jueves, 23 de abril, es el #DíadelLibro y en este blog queremos celebrarlo recordando algunas obras literarias que se consideraban imposibles de llevar al cine, pero que se llevaron. eran auténticos retos y en muchos casos la mejor forma de trasladarlas de un medio a otro era hacerlo sin miedo y con libertad. Su resultado artístico fue desigual y su recorrido comercial más aún, pero su mera existencia nos habla de un puñado de locos, autores y productores suicidas, que creyeron en sus proyectos y lucharon hasta el final por ellos. Y, en algunos casos, les daremos siempre las gracias por arriesgarse…

Joseph Strick, un desconocido kamikaze

Ulises (1922) de James Joyce es quizás la novela inadaptable por antonomasia. Y no sólo por su extensión o por el caos de su estructura, sino porque en cada capítulo se sumerge en un estilo diferente con abundancia de monólogos interiores -pensamientos sin un objetivo marcado con los que Joyce intentaba imitar la forma en la que se presentan nuestros pensamientos en el mundo real-. En 1967, bajo la batuta del estadounidense Joseph Strick, que había destacado en el cine documental y como representante del ‘nuevo cine estadounidense’ -la nueva ola que tuvo a Casavettes como máximo exponente-, se llevó al cine y la osadía no resultó el desastre que se podía haber previsto. La película participó en la sección oficial de Cannes y fue nominada al Óscar en la categoría de mejor guion adaptado. Qué menos. Una adaptación más reciente -y más ignorada- de la novela fue la irlandesa Bloom (Sean Walsh, 2003).

Pero Joseph Strick no paró en Ulises, sino que siguió arriesgando en su carrera llevando a la pantalla obras literarias, algunas tan complicadas de convertir en película como Trópico de Cáncer (1970), sobre el original de Henry Miller; o Retrato del artista adolescente (1977), adaptación de otra novela de James Joyce.

Winterbottom y Tristram Shandy

Entre 1759 y 1767, el irlandés Laurence Sterne publicó en nueve volúmenes La vida y las opiniones del caballero Tistram Shandy, la novela que le haría pasar a la historia y una de las más singulares de la literatura universal. Curiosamente, fue un éxito editorial en su momento, aunque su extravagancia y su tono cómico no gustaron entre los críticos de la época. Desde hace mucho, eso sí, forma parte capital de los estudios de historia de la literatura en habla inglesa, pero a nadie en su sano juicio se le había ocurrido llevarla al cine… hasta que llegó Winterbottom.

El cineasta británico Michael Winterbottom ya se había ganado un estatus de autor heterogéneo a seguir gracias a películas tan diferentes como Wonderland, In this World, 24 Hours party people o Código 46. Venía de escandalizar con 9 songs, creándose una aureola de autor indomable que la mera existencia de A Cock and Bull Story -que así se subtituló el filme- no hizo sino reforzar. Winterbottom y Martin Hardy -seudónimo de Frank Cottrell Boyce, su guionista habitual- convirtieron la narración metaliteraria en metacinematográfica, de tal manera que lo que se cuenta en la película es el intento de hacer una película sobre una novela inadaptable.

Pasolini y su trilogía ‘de cuentos’ eróticos

Pier Paolo Pasolini era ya un autor respetado que había trascendido el neorrealismo tardío de sus primeros filmes para regalarnos obras capitales de la historia del cine como Teorema (1968) o sus adaptaciones de tragedias griegas como Edipo Rey (1967) o Medea (1969). El pesimismo que parecía reinar en toda su obra, se disipó de repente entre 1971 y 1974 para dar a luz a la llamada ‘trilogía de la vida’, formada por tres conocidísimas obras medievales: Decamerón (Bocaccio, 1353), Los cuentos de Canterbury (Chaucer, 1476) y Las mil y una noches -recopilación medieval de cuentos tradicionales orientales-. El cineasta italiano tomó estos clásicos absolutos de la literatura universal, colecciones de relatos cortos, como puntos de partida para crear tres luminosos frescos en los que el sexo es el motor natural que mueve y libera a la humanidad y en los que no hay espacio para la moralidad ni el pecado.

Decamerón (1971) adapta nueve relatos eróticos del libro de Bocaccio. Conquistó el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine de Berlín. Por su parte, Los cuentos de Canterbury (1972) pone en escena siete relatos del libro de Chaucer, historias que se cuenta un grupo de peregrinos de camino a Canterbury para hacer más llevadero su viaje. Ganó el Oso de Oro en la Berlinale. Para concluir la trilogía, Las mil y una noches (1974) adapta diez historias cortas de la célebre colección de cuentos orientales. Se llevó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes.

Cronenberg, especialista en retos literarios

Dos películas convirtieron en los 90 a David Cronenberg en el rey de los retos literarios imposibles. En El almuerzo desnudo (1991) el cineasta canadiense se atreve con la novela homónima de William Burroughs de 1959, en la que su autor escribe diferentes ‘viñetas’ de su protagonista William Lee y su relación con diferentes drogas, episodios sin aparente conexión entre sí. Para llevar otra novela inadaptable como esta a la gran pantalla se echa mano de nuevo de la metaficción, contando el proceso de escritura de la propia novela y asumiendo libertades. El almuerzo desnudo de Cronenberg mezcla elementos de la novela original con otros extraídos de otras obras de Burroughs y con detalles de su propia biografía. El resultado: una película de culto, claro.

Cinco años más tarde, en 1996, Cronenberg volvió a atreverse con material literario difícil de trasladar a la pantalla. Crash -a partir de la novela homónima de JG Ballard– se convirtió en una de sus películas más emblemáticas y polémicas. En ella, se cuentan las peripecias de James Ballard (James Spader) que tras un accidente de tráfico empieza a experimentar una extraña atracción sexual por el peligro y la muerte, introduciéndose en un mundo oscuro y prohibido. Sigue maravillando su osadía, pero también sigue sorprendiendo el talento del cineasta canadiense para traducir en imágenes las sensaciones procedentes de la obra literaria. Eso es adaptar literatura a cine. La película fue Premio especial del jurado en el Festival de Cannes.

Por cierto, que Ballard tiene otras obras que se consideraban imposibles de adaptar y sin embargo se adaptaron -con mayor o menor fortuna, eso es cierto- como La exhibición de atrocidades -llevada en el año 2000 a la pantalla grande por Jonathan Weiss- o El rascacielos -dirigida en 2015 por Ben Wheatley-.

Peter Jackson: sumergirse en Tölkien

Durante muchísimos años, El señor de los anillos (1954), de JRR Tolkien, era considerada inadaptable. Y lo era por el volumen de sus páginas, por lo intrincado de su universo, por la cantidad de personajes y, también, por la hazaña técnica que requería hacerlo bien. De hecho, hasta el año 2000 sólo una película animada lo había intentado y sólo había podido centrarse en un libro y medio de la trilogía. Pero llegó Peter Jackson y creó su obra magna, una grandiosa trilogía cinematográfica que no sólo arrasó en taquilla y, con su entrega final, en premios –El retorno del rey se llevó 11 Óscar- sino que consiguió lo que parecía imposible: dejar satisfechos a los fanáticos de los libros.

El secreto de Jackson fue sumar a su talento como director y como guionista -resumir el universo de la obra literaria en tres películas no es cuestión menor- los avances digitales que permitieron batallas espectaculares, que las distintas criaturas convivieran de forma verosímil o, sobre todo, que Gollum cobrara vida gracias al motion capture -y al gran Andy Serkis, por supuesto-.

Lo de El hobbit -de nuevo Peter Jackson frente a Tolkien- fue más bien la maniobra contraria: intentar convertir en lucrativa trilogía la adaptación de un relato que daba para poco más que una película.

Y muchas más

Hay muchas más novelas de adaptación imposible que finalmente se llevaron a la gran pantalla. La mayoría no se les dio mal o, con los años, comenzaron a verse sus méritos. Por citar algunas más, en España, tenemos, por ejemplo, La colmena (1951), de Camilo José Cela, un fresco de 60 personajes con los que Mario Camus creó en 1982 un clásico de nuestra cinematografía -Oso de Oro en Berlín-. Más reciente es Obaba, la película de 2005 de Montxo Armendáriz que adaptaba la novela Obabakoak (1989) de Bernardo Atxaga y en la que, por cierto, vuelve a echarse mano del metacine para sustituir la metaficción de la novela.

Fuera de España, una larga lista de todas las épocas de adaptaciones consideradas imposibles por diversos motivos, entres las que podríamos incluir a Miedo y asco en Las Vegas (1998) -Terry Gilliam adapta a Hunter S. Thompson-, Trainspotting (1996) -Danny Boyle adapta en dos ocasiones a Irvine Welsh-, Dune -David Lynch y ahora Denis Villeneuve lidiando con el tochaco de Frank Herbert-; o La espuma de los días -Michel Gondry poniendo en imágenes el surrealismo de Boris Van-, entre muchas otras.

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